Un día lluvioso de abril, como de costumbre, Sebastián animó al perro, su mascota a dar un paseo. A pesar del mal tiempo decidió salir a despejarse del duro día de trabajo. Cogió el paraguas, las botas, el chubasquero y acompañado de Tomi, se perdieron en la lluvia.
El mismo camino: pasaron al lado del cine, de la heladería, la cual estaba totalmente vacía, para seguir su ruta hacia el parque. Éste, con los árboles sin hojas y con la poca hierba parecía aún más triste bajo la lluvia. No había prácticamente nadie, salvo una joven hermosa, rubia, con ojos azules que se escondía del mal tiempo bajo un paraguas de colores. No le dio mucha importancia hasta que vio su cara llena de tristeza. La observó un rato hasta que se acercó. Conmovido por la belleza de la chica y a la vez por la tristeza que emanaba, decidió romper el hielo. Se presentó, empezó a hablar del tiempo, de su perro, lo típico cuando un chico está intentando conocer a una joven dama.
Charlaron un buen rato. Sebastián cuanto más la conocía, más ganas tenía de que el tiempo fuera eterno con la hermosa desconocida. Era bella, inteligente, vestía ropa humilde. Parecía no tener prisa en ir a ninguna parte.
Como todo buen caballero la invitó a tomar un café. Cuando terminó el largo paseo, volvieron a casa a dejar a Tomi, se acercaron a la primera cafetería para calentarse un poco.
Después de este café, fueron otros dos, tres y algunos más.
Sebastián experimentaba alegría al verla, descubrio a que se debia la tristeza infinita, pero a la vez embellecedora. También se dio cuenta en que tenían muchas cosas en común. Los dos rubios, rasgos de cara parecidos, la misma forma de hablar y de ver las cosas.
Pensó en que ha encontrado su media naranja, estaba plenamente enamorado de la chica y empezó a interesarle su pasado, quien es, de donde viene, etc.
Fue dada en adopción (lo mismo que él), de ahí su tristeza de tener un pasado infeliz. La machacaba la idea de no saber nada de sus padres, ni su familia. Decidieron juntos descubrir la verdad y las raíces de la chica.
Sebastián recordó ese sentimiento, hace años el también pasó por lo mismo hasta que lo dejó. Así que pensó, si yo no conseguí nada, al menos ella podrá conocer la verdad.
Días tras días los jóvenes se gustaban más, nacía un amor mutuo pero a la vez secreto, ninguno se atrevía a dar el primer paso. Así pasó cierto tiempo y Sebastián decidió declararse. Fue a la floristería a comprar un ramo de rosas blancas, las preferidas de su amada. También se acercó a pòr una caja de bombones para darle un toque romántico al asunto.
Llamó s su casa. La encontró llorando con la vista totalmente perdida y por toda la casa papeles y papeles... Fruto de la búsqueda del pasado.
Sebastián, asustado y muy asombrado de lo que vio, no dudó en abrazarla e intentar averiguar que ocurre. Entre llantos y lágrimas, apenas entendió que tenían algo en común. Al no entenderla muy bien empezó a leer una hoja arrugada, que parecía ser la causante de este dolor. No daba crédito a lo que estaba leyendo... Las mismas raíces, las mismas partidas de nacimiento y los mismos padres... La misteriosa joven era su hermana y aun más, su melliza.
Se desplomó al suelo. La cabeza le daba vueltas. Notaba una extraña sensación de tristeza, alegría, confusión y sorpresa.
La joven no podía ser su amada, era su hermana...
Se abrazaron, lloraron hasta las tantas, se contaron cosas y secretos hasta ahora jamás conocidos.
Los dos perdieron a sus amados, pero encontraron a su familia.